Cartas by Cipriano de Cartago

Cartas by Cipriano de Cartago

autor:Cipriano de Cartago [Cipriano de Cartago]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 0258-01-01T00:00:00+00:00


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Cipriano a Cornelio

Cipriano previene a Cornelio de Roma respecto a los cismáticos de Cartago encabezados por Fortunato y Felicísimo que, rechazados por los obispos de África, recurrieron a Cornelio para ganarse voluntades y autoridad. Nos aporta un valioso testimonio para el conocimiento interno de la Iglesia en África a mitades del siglo III.

Cipriano saluda a su hermano Cornelio.

1 He leído, amadísimo hermano, la carta que me has enviado por medio de nuestro hermano el acólito Sáturo, llena de amor fraternal, de disciplina eclesiástica y de gravedad episcopal, en la que me decías que Felicísimo[343], enemigo de Cristo, no de ahora sino excomulgado ya tiempo atrás por sus muchos y gravísimos delitos, y condenado no sólo por mi sentencia sino por la de muchos colegas, ha sido rechazado 2 ahí por ti; y que, habiendo llegado rodeado de una caterva de partidarios desesperados, con toda la energía con que han de obrar los obispos lo has expulsado de la Iglesia de la que ya había sido echado tiempo atrás con todos sus semejantes por la Majestad divina y por el rigor de Cristo, Señor y juez nuestro, para que el causante del cisma y de la discordia, el malversador del dinero que le fue confiado, el seductor de vírgenes, el destructor y corruptor de muchos matrimonios, no siga ultrajando con la vergüenza de su presencia y con su contacto impúdico y sacrílego a la esposa de Cristo incorrupta, santa y pura.

Pero habiendo leído, hermano, la segunda carta que añadiste 2 a la primera[344], me ha admirado mucho ver que te habías dejado impresionar un poco por las amenazas de intimidación de los recién llegados cuando, según escribes, te acometieron amenazándote todos fuera de sí con que, si no admitías la carta que habían traído, la leerían públicamente y proferirían muchas infamias e ignominias dignas de su boca. Si las cosas van así, queridísimo hermano, de forma 2 tal que son temidas las audacias de los malvados, y que los perversos consiguen a fuerza de temeridad y de amenazas desesperadas lo que no pueden conseguir mediante el derecho y la justicia, se acabó la fuerza episcopal y la sublime y divina potestad de gobernar la Iglesia, y los cristianos no podremos ya seguir existiendo por más tiempo si hemos llegado al extremo de tener que temer las amenazas y las insidias de hombres perdidos. Porque también nos amenazan 3 los gentiles, los judíos y los herejes, y todos aquellos cuyo corazón y cuya mente están poseídos por el demonio manifiestan todos los días su rabia venenosa con gritos furiosos. Pero no porque amenacen hay que ceder, ni el adversario ni el enemigo es mayor que Cristo por el hecho de atribuirse y tomarse tanta potestad en el mundo. Hemos de mantener, queridísimo hermano, la fortaleza inconmovible de la fe, y hemos de oponer un valor continuo e inalterable como un peñón resistente y sólido frente a todos los ataques y choques 4 de las olas desatadas. Y no importa de dónde le



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